Acabamos de celebrar la vigésima edición de la “Semana de la Agilidad”. Éste es un evento que conmemora aquel encuentro inicial celebrado en Snowbird, Utah, Estados Unidos, el 12 de febrero de 2001. En esa oportunidad, los llamados “métodos ágiles” alcanzaron una especie de consenso y fueron presentados en sociedad bajo la forma del Manifesto for Agile Software Development.
Desde entonces, la evolución fue imparable: comisiones de prácticas, intercambio de experiencia y aprendizajes compartidos nos traen al día de hoy. Ya se identifica a la agilidad como una habilidad esencial de las empresas, eso que les permite buscar resultados en lo inmediato sin perder de vista el largo plazo.
“La agilidad funciona” es una certeza colectiva que se fue construyendo a partir de ese documento firmado hace ya dos décadas. Mucho empirismo y pequeños aportes que al verlos sumados conforman la fortaleza del camino recorrido.
Agilidad: ¿Cómo lograrla?
La receta es sencilla a la hora de narrarla, pero difícil de llevar a la práctica. Los principales ingredientes son un contacto fluido con los involucrados, transparencia, equipos autoorganizados y motivados y flexibilidad. Además, la capacidad de celebrar los cambios en lugar de sufrirlos, la habilidad de conocer los “para qué” de cada necesidad y la voluntad de entregar valor de manera frecuente.
¿De qué se trata la agilidad? Empirismo y flexibilidad. De crear pequeñas funcionalidades, probarlas, analizar lo sucedido, reflexionar, aplicar correcciones y volver a experimentar. Siempre con el foco en las personas, el aporte de valor constante a los clientes, el aprendizaje de los errores y el fomento de la mejora continua.
La comunicación y el feedback son fundamentales, tanto dentro como fuera del equipo.
En los inicios el concepto se aplicó a los pequeños equipos, sin embardo, al poco tiempo comenzó a hablarse de business Agility, la agilidad a nivel de organización.
Empresas customer centric, con líderes convencidos de los beneficios de empoderar a sus equipos para que se consoliden como verdaderos agentes de cambio y habilitadores de aprendizajes. Un cambio cultural que el contexto actual -de extremo vértigo, cambio y de incertidumbre- clama a gritos.
Actualidad y futuro
Nos encontramos inmersos en un mundo que no comprendemos, con sucesos cuyas consecuencias no son lineales y una realidad frágil. El COVID-19 hizo que las prioridades organizacionales se vieran totalmente alteradas. Muchos de los productos y proyectos debieron discontinuarse y fueron reemplazados por otros, más acorde a las nuevas necesidades y los nuevos tiempos.
Quienes ya habíamos empezado a recorrer el camino de la agilidad antes de la pandemia contamos con una ventaja. Sabemos que los valores y principios del Manifiesto Ágil aportan valiosas herramientas para trabajar en este contexto.
Estamos convencidos de ésto y seguimos compartiéndolo con la misma pasión de hace veinte años. Para que cada vez más empresas puedan emprender este viaje de eficacia y mejora continua.
Artículo elaborado con la colaboración de Vanina Rieznik.